Un acercamiento a la cultura ticolense primitiva de la
Isla El Faro Rojo
(Por qué esa Isla tuvo la Condición de Lugar de
Exterminio Masivo)
Las antigua culturas de la zona incluían a
varias tribus que cohabitaron por siglos.
Estaban las culturas de Valdivia, la Chorrera , los jambeli,
los cotocollao y por supuesto los Incas. Hubo varias culturas que huyeron a las
sierras y a las islas cuando fueron invadidas por los españoles. Tribus pobres
y sin organización, a la vista de los españoles, pero con mucho conocimiento
del inframundo y avanzados en mitos, ritos y sus prácticas.
Juan Luis había participado en investigaciones
en Perú, Ecuador, Puerto Rico, Argentina y muchos lugares más. Luego él mismo
conoció una isla que según él se llama El Faro Rojo, un antiguo nombre dado a
una formación hoy selvática del Pacífico, la cual tuvo diversos nombres a lo
largo de la Historia. Ese
antiguo nombre pareciera estar vinculado con sucesos terribles acaecidos hacia
el año 1700 pero no están en absoluto detallados en libros de Historia ni se
conocen pormenores. Toda la información existente ha sido recopilada por Juan.
A partir de su hallazgo él se dedicó prácticamente en solitario a tratar de
probar que no sólo existe esa isla, sino que hay en ella vestigios de la antigua
civilización precolombina que habitó allí, y que fue una civilización que se
convirtió en violenta y adscribió y desarrolló horribles prácticas desde mucho
antes de que los españoles conquistaran el continente. En realidad según Juan,
ya desde antes esta tribu tenía enfrentamientos con los Incas, con los que
rivalizaron por largos períodos por la posesión de las más fértiles tierras, y
sus ritos y prácticas relacionadas con el diablo ya tenían algunos siglos de
trascendencia.
Los indios Guangala subsistieron como tales
hasta el año 500 d. C. y se ubicaron en la zona norte del Golfo de Guayaquil.
Si bien se alimentaban de maíz y yuca, sus clanes se vieron desplazadas del
territorio original y se dispersaron. Mantuvieron grupos de pequeñas familias
donde practicaban la deformación craneana occipital, ritos a diferentes
imágenes del demonio, y cosas por el estilo, con el fin de mantenerse unidos y
protegidos de los “yenies” o enemigos externos.
Más tarde grupos de estos indios tuvieron que
huir y se dispersaron para siempre, hasta sucumbir por completo. Hasta aquí la
historia oficialmente conocida.
Otras teorías que están comprobándose
actualmente sugieren que una de esas tribus, la más malvada y cerrada de todas,
se estableció en la costa y enviaba a sus prisioneros, a sus enemigos y a
cualquier extraño que se les acercara, a las islas o islotes desiertos,
preferentemente a la Isla
del Faro Rojo, donde eran sometidos a crueles designios.
Esta raza, denominada ticolense primitiva,
habitó en las costas de Ecuador y Colombia, hasta aproximadamente el siglo
XVIII, aunque según algunos científicos, podrían quedar sobrevivientes en algún
lugar de la Isla Coiba
(Panamá), la Isla
del Coco (Costa Rica), la
Isla Malpelo (Colombia), o de alguna de las Isla Galápagos (Ecuador).
A juzgar por la cantidad de islotes e islas tanto desbordantes de vegetación
como puramente rocosas, y existiendo numerosas de ellas deshabitadas aún en la
actualidad (como la isla Malpelo), sería casi imposible descubrir si hubiera
alguna minúscula tribu entre espesas selvas o habitando en cavernas bajo
toneladas de roca.
Lo que complica aún más la develación de este
misterio, es que el nombre de El Faro Rojo es uno de cientos de nombres que
tuvieron esas islas en la historia desde que fueron descubiertas. Es por ello
que únicamente una tarea científica apasionada, paciente y duradera en el
tiempo puede dar resultados.
Los ticolenses primitivos, tenían costumbres
muy raras, como enterrar a sus propios muertos en sus casa, y tenerlos a la
vista durante todo el período de descomposición, mientras cada noche repetían
ritos en los que el Principio Divino se iba alejando del cuerpo físico,
representando a ese ente con mascarillas de barro bastante ásperas y toscas,
hasta que después de cien noches el muerto expiaba sus pecados y sus huesos
eran arrojados al mar.
Como muchas otras culturas antiguas,
realizaban sacrificios humanos, con el fin de purificar su alma, apaciguar la
ira de sus dioses o conseguir favores. Esta práctica ha sido llevada hasta el
extremo cuando los ticolenses se encontraban en guerra y eran vencedores, o
aparecían enemigos tanto del continente como, más adelante, hombres blancos del
país que fueren.
Las vasijas rituales utilizadas para cierta
práctica de tormento poseen signos de que eran llenadas con sangre y vísceras y
sólo los iniciados podían llevar a cabo la desagradable tarea. Datan del siglo
X de nuestra era y se conservan muy pocos ejemplares en mal estado. Lo más
aterrador es que el barro mismo con que fueron hechas contiene restos humanos
óseos y un material que sirvió de aglutinante hecho con restos blandos.
Cada deidad tenía un correlato en imaginario
popular, y representaciones en estatuillas o pinturas en vasijas y otros
utensilios.
Los condenados en la isla, hacían sus propios
rituales, donde principalmente pedían su liberación a Asxtal, ya que al ser el
dios sin padre representaba justamente la orfandad total, situación del
desterrado que, además, perdía enteramente su dignidad humana.
Las mascarillas de Ticol y Txumac también han
sido halladas en numerosas islas, pero al ser los dioses adorados por los vencedores,
no por los condenados, esto ha dado lugar a diferentes hipótesis. La principal
indicaría que esas imágenes en forma de máscaras, junto con otros elementos
eran justamente utilizados por los carceleros para inducir más terror en los
condenados y su presencia obraba a favor del cruel camino al que eran obligados
a seguir en sus días previos a su muerte. Las mascarillas eran colocadas en
varios sitios en los bosques para que los prisioneros las hallaran casualmente
en su camino; el efecto era aterrorizante. Al mismo tiempo obraba la tarea de
los espíritus malignos que terminaba de minar poco a poco la salud psíquica del
condenado.
La imagen de Txumac era utilizada cuando una
tribu vencía a otra. Cuando los hombres eran vencidos y solamente quedaban las
mujeres, los niños y los ancianos, en
definitiva los débiles, entonces, aparecía Txumac y, poseyendo a los
vencedores, arrasaba con todo. Nadie sobrevivía, ni los animales. Eran
aquelarres de varios días y tras ellos, sólo quedaban cenizas y cadáveres; muchos
cadáveres.
Luego se hacía una gigantesca hoguera, porque
una vez que se terminaba la masacre, todo era quemado, aún los sobrevivientes
sea cual fuese su condición. Txumac se retiraba y todos quedaban sin culpa, ya
que ellos no eran responsables de la masacre sino el maldito Txumac, quien se
decía que los obligaba a hacer semejantes demencias.
Por su parte, las creencias de los propios
escarmentados en la isla le daban realidad a todos los espíritus que habitaban
allí. Porque estos demonios, la mayoría sin nombre, eran quienes principalmente
los obligaban a perder la cordura y cometer crímenes contra otros condenados.
Estos demonios habían sido dioses que a su vez también fueron desterrados, pero
del paraíso de los dioses, y habían perdido su condición de tales, lo que los
hacía más vengativos y crueles.
Juan Luis
Urrutia, Quito, Ecuador, 2008
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