domingo, 5 de mayo de 2013

Descubrimientos aterradores del Arqueólogo Juan Luis Urrutia Cáceres en 2005-2008


Un acercamiento a la cultura ticolense primitiva de la Isla El Faro Rojo
(Por qué esa Isla tuvo la Condición de Lugar de Exterminio Masivo)


Las antigua culturas de la zona incluían a varias tribus que cohabitaron por siglos.
Estaban las culturas de Valdivia, la Chorrera, los jambeli, los cotocollao y por supuesto los Incas. Hubo varias culturas que huyeron a las sierras y a las islas cuando fueron invadidas por los españoles. Tribus pobres y sin organización, a la vista de los españoles, pero con mucho conocimiento del inframundo y avanzados en mitos, ritos y sus prácticas.



Juan Luis había participado en investigaciones en Perú, Ecuador, Puerto Rico, Argentina y muchos lugares más. Luego él mismo conoció una isla que según él se llama El Faro Rojo, un antiguo nombre dado a una formación hoy selvática del Pacífico, la cual tuvo diversos nombres a lo largo de la Historia. Ese antiguo nombre pareciera estar vinculado con sucesos terribles acaecidos hacia el año 1700 pero no están en absoluto detallados en libros de Historia ni se conocen pormenores. Toda la información existente ha sido recopilada por Juan. A partir de su hallazgo él se dedicó prácticamente en solitario a tratar de probar que no sólo existe esa isla, sino que hay en ella vestigios de la antigua civilización precolombina que habitó allí, y que fue una civilización que se convirtió en violenta y adscribió y desarrolló horribles prácticas desde mucho antes de que los españoles conquistaran el continente. En realidad según Juan, ya desde antes esta tribu tenía enfrentamientos con los Incas, con los que rivalizaron por largos períodos por la posesión de las más fértiles tierras, y sus ritos y prácticas relacionadas con el diablo ya tenían algunos siglos de trascendencia.
Los indios Guangala subsistieron como tales hasta el año 500 d. C. y se ubicaron en la zona norte del Golfo de Guayaquil. Si bien se alimentaban de maíz y yuca, sus clanes se vieron desplazadas del territorio original y se dispersaron. Mantuvieron grupos de pequeñas familias donde practicaban la deformación craneana occipital, ritos a diferentes imágenes del demonio, y cosas por el estilo, con el fin de mantenerse unidos y protegidos de los “yenies” o enemigos externos.
Más tarde grupos de estos indios tuvieron que huir y se dispersaron para siempre, hasta sucumbir por completo. Hasta aquí la historia oficialmente conocida.
Otras teorías que están comprobándose actualmente sugieren que una de esas tribus, la más malvada y cerrada de todas, se estableció en la costa y enviaba a sus prisioneros, a sus enemigos y a cualquier extraño que se les acercara, a las islas o islotes desiertos, preferentemente a la Isla del Faro Rojo, donde eran sometidos a crueles designios.
Esta raza, denominada ticolense primitiva, habitó en las costas de Ecuador y Colombia, hasta aproximadamente el siglo XVIII, aunque según algunos científicos, podrían quedar sobrevivientes en algún lugar de la Isla Coiba (Panamá), la Isla del Coco (Costa Rica), la Isla Malpelo (Colombia), o de alguna de las Isla Galápagos (Ecuador). A juzgar por la cantidad de islotes e islas tanto desbordantes de vegetación como puramente rocosas, y existiendo numerosas de ellas deshabitadas aún en la actualidad (como la isla Malpelo), sería casi imposible descubrir si hubiera alguna minúscula tribu entre espesas selvas o habitando en cavernas bajo toneladas de roca.
Lo que complica aún más la develación de este misterio, es que el nombre de El Faro Rojo es uno de cientos de nombres que tuvieron esas islas en la historia desde que fueron descubiertas. Es por ello que únicamente una tarea científica apasionada, paciente y duradera en el tiempo puede dar resultados.
Los ticolenses primitivos, tenían costumbres muy raras, como enterrar a sus propios muertos en sus casa, y tenerlos a la vista durante todo el período de descomposición, mientras cada noche repetían ritos en los que el Principio Divino se iba alejando del cuerpo físico, representando a ese ente con mascarillas de barro bastante ásperas y toscas, hasta que después de cien noches el muerto expiaba sus pecados y sus huesos eran arrojados al mar.
Como muchas otras culturas antiguas, realizaban sacrificios humanos, con el fin de purificar su alma, apaciguar la ira de sus dioses o conseguir favores. Esta práctica ha sido llevada hasta el extremo cuando los ticolenses se encontraban en guerra y eran vencedores, o aparecían enemigos tanto del continente como, más adelante, hombres blancos del país que fueren.  
Las vasijas rituales utilizadas para cierta práctica de tormento poseen signos de que eran llenadas con sangre y vísceras y sólo los iniciados podían llevar a cabo la desagradable tarea. Datan del siglo X de nuestra era y se conservan muy pocos ejemplares en mal estado. Lo más aterrador es que el barro mismo con que fueron hechas contiene restos humanos óseos y un material que sirvió de aglutinante hecho con restos blandos.
La Isla El Faro Rojo, aunque posiblemente no sólo ella, fue utilizada como lugar de destierro maldito, donde los vencedores llevaban a los condenados y los obligaban a sobrevivir por sus propios medios en un lugar terrible, habitado por bestias salvajes y, lo que era peor, por numerosos espíritus malignos. Los castigados iban perdiendo la cordura poco a poco, enloquecían por la influencia de los espíritus, y eso los iba haciendo desconfiar entre ellos, pelear, y llegaban incluso hasta el canibalismo y la crueldad más extrema. Los ticolenses eran consientes de ello, y no sólo eso, sino que lo provocaban para atormentarlos sin piedad. De alguna manera era cierto tipo de ritual de sacrificio, ya que tenían dos deidades principales a las que debían apaciguar. Ticol, dios de la Ira (que dio nombre a esta raza), Asxtal, el dios sin padre y Txumac, un dios impiadoso y malvado como pocas veces se ha visto en la historia.   
Cada deidad tenía un correlato en imaginario popular, y representaciones en estatuillas o pinturas en vasijas y otros utensilios.
Los condenados en la isla, hacían sus propios rituales, donde principalmente pedían su liberación a Asxtal, ya que al ser el dios sin padre representaba justamente la orfandad total, situación del desterrado que, además, perdía enteramente su dignidad humana.
Las mascarillas de Ticol y Txumac también han sido halladas en numerosas islas, pero al ser los dioses adorados por los vencedores, no por los condenados, esto ha dado lugar a diferentes hipótesis. La principal indicaría que esas imágenes en forma de máscaras, junto con otros elementos eran justamente utilizados por los carceleros para inducir más terror en los condenados y su presencia obraba a favor del cruel camino al que eran obligados a seguir en sus días previos a su muerte. Las mascarillas eran colocadas en varios sitios en los bosques para que los prisioneros las hallaran casualmente en su camino; el efecto era aterrorizante. Al mismo tiempo obraba la tarea de los espíritus malignos que terminaba de minar poco a poco la salud psíquica del condenado.

La imagen de Txumac era utilizada cuando una tribu vencía a otra. Cuando los hombres eran vencidos y solamente quedaban las mujeres, los  niños y los ancianos, en definitiva los débiles, entonces, aparecía Txumac y, poseyendo a los vencedores, arrasaba con todo. Nadie sobrevivía, ni los animales. Eran aquelarres de varios días y tras ellos, sólo quedaban cenizas y cadáveres; muchos cadáveres.
Luego se hacía una gigantesca hoguera, porque una vez que se terminaba la masacre, todo era quemado, aún los sobrevivientes sea cual fuese su condición. Txumac se retiraba y todos quedaban sin culpa, ya que ellos no eran responsables de la masacre sino el maldito Txumac, quien se decía que los obligaba a hacer semejantes demencias.
Por su parte, las creencias de los propios escarmentados en la isla le daban realidad a todos los espíritus que habitaban allí. Porque estos demonios, la mayoría sin nombre, eran quienes principalmente los obligaban a perder la cordura y cometer crímenes contra otros condenados. Estos demonios habían sido dioses que a su vez también fueron desterrados, pero del paraíso de los dioses, y habían perdido su condición de tales, lo que los hacía más vengativos y crueles.

Juan Luis Urrutia, Quito, Ecuador, 2008

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